miércoles, 7 de diciembre de 2011

La percepción del tiempo II: el cerebro vive en el pasado.



La luz viaja un millón de veces más rápido que el sonido. Eso significa que un evento que produce eventos visuales y auditivos simultáneos --como la descarga eléctrica en una tormenta-- nos llegan en general a diferentes tiempos. En distancias incluso de varias decenas de kilómetros, la luz de un rayo de tormenta nos llega de manera prácticamente instantánea mientras que su sonido, el relámpago, tarda varios segundos más.

Imagínese que estamos jugando basquetbol juntos usted y yo. Mientras yo boto la pelota tratando de ganarle un punto, su cerebro percibe el sonido y la imagen del instante del bote al mismo tiempo. Ahora uno de nosotros se aleja y continúa observando al otro botar la pelota. Nos seguimos alejando y nada parece cambiar: el rebote se ve y se oye al mismo tiempo. Pero esto no debería suceder, el cerebro es capaz de percibir diferencias muy leves en los tiempos en los que le llegan las señales, debería ver y oir el bote a distintos tiempos. Es fácil convencerse de ello si pensamos en el acto inconsciente de distinguir la dirección de la que viene un sonido, algo que el cerebro deduce de la pequeña diferencia entre la llegada de un sonido a los oídos izquierdo y derecho. Estamos hablando de que el cerebro puede distinguir la diferencias cuando la posición de los oídos respecto a la fuente de sonido es de tan solo centímetros. Eso se traduce, para una señal que viaja a la velocidad del sonido, en diferencias del orden de décimas de milisegundos (ms).

En el caso del bote de la pelota, la diferencia que tendría que poder resolver el cerebro es la que se da entre el estímulo visual (instantáneo) y el auditivo (a la velocidad del sonido), cuando ambas señales viajan unos pocos metros. Esto es perfectamente posible ya que, como recién resalté, el cerebro rutinariamente puede distinguir eventos transmitidos a la velocidad del sonido en distancias de centímetros.

Y sin embargo, aún a varios metros, en un partido de básquetbol los espectadores perciben el bote simultáneo, a la vista y al oído, de la pelota en la cancha. Recordemos: en las distancias de las que estamos hablando, la imagen nos llega para todo propósito práctico de manera instantánea, pero el sonido no. ¿Por qué no entonces nos parece que la imagen del bote y su sonido están dessincronizados al irnos alejando de quien bota la pelota --como en el caso del relámpago y el trueno? ¿Por qué los observadores de un partido de básquetbol en el estadio no ven que este fenómeno se acentúe entre más atrás estén sentados?

Hoy sabemos que lo que sucede es que el cerebro "ajusta" la realidad. Si no lo hiciera, la experiencia visual y auditiva del bote se percibirían una después de otra. Como el relámpago y el trueno. Pero el cerebro lo hace por una buena razón.


Experimentos recientes muestran que un aspecto crucial del funcionamiento del cerebro es el poder captar una serie de estímulos, que en general le llegan a destiempo, e integrarlos en una única "realidad". Quiero contarles sobre uno de estos experimentos y sus consecuencias para lo que llamamos realidad.

A un grupo de sujetos se les pidió algo muy simple: apretar un botón y observar una luz que se encendía como resultado de la presión del botón. Sin embargo, sin que los sujetos lo supieran los científicos programaron un pequeño retraso, de unos 40 milisegundos (ms), entre la presión del botón y el encendido de la luz. Tal como sospechaban los observadores, al cabo de algunas repeticiones el encendido de la luz era instantáneo, a decir de los sujetos, tras la presión del boton. El inocuo experimento continuaba igual durante cerca de una decena de presiones de botón hasta que en algún punto los eruditos eliminaban el pequeño retraso introducido entre presión y luz. En ese punto sucedía algo asombroso: cada sujeto aseguraba que la luz había aparecido justo antes de que presionaran el botón y que la luz no había sido responsabilidad de ellos. Los estudiosos sabían que no era el caso. El cerebro simplemente había sido calibrado para percibir como instantáneo el retraso de 40 ms. El ahora, significaba 40 ms. Pero al anular el retraso entre presión y luz, la iluminación ocurría antes de los 40 ms y por tanto antes del "ahora" de la presión del botón. En otras palabras, el cerebro de los sujetos les decía que la luz se había producido antes de la presión del botón. Increíble.

La evidencia de este y otros experimentos indica que lo que se está manifestando es un mecanismo del cerebro para sincronizar eventos que --interpreta-- deben ser simultáneos; probablemente por experiencias previas. El apretar un botón para producir una luz con un muy pequeño retraso hace que el cerebro fabrique la realidad de que el evento es instantáneo, sin embargo, al condicionarse de esa forma, este ajuste redunda en que al eliminarse el retraso, la causalidad del suceso se invierta ya que el cerebro trata de compensar por el retraso al que recién se ajustó.

Hoy en día es todavía una pregunta abierta si esta es una explicación --al menos parcial-- para la esquizofrenia (lo sabremos pronto). En la esquizofrenia los sujetos presentan síntomas como escuchar voces estando solos. La conjetura es que estas personas pueden presentar problemas con el mecanismo del cerebro que ajusta la temporalidad de la recepción de los estímulos. Así, las voces que oyen podrían simplemente ser su propia voz pero simplemente su cerebro aprecia que la voz llega a sus oídos antes de que ellos movieran la boca y por lo tanto se empecinan que ellos no las produjeron...

Esquizofrenia aparte, cuando vemos un partido de básquetbol  en realidad la luz y los sonidos de distintos eventos --como el bote de la pelota-- no nos llegan de manera simultánea; el cerebro fabrica eso. Y hace sentido, el armar una imagen coherente es más sencillo de interpretar.

El cerebro debe vivir en el pasado --literalmente-- porque debe esperar a que todos los estímulos, incluso los más lentos lleguen y se puedan integrar en una realidad coherente. Incluso el tocarse la punta del pie y la nariz al mismo tiempo necesariamente son interpretados. Porque aún asegurando de alguna forma que ambos toques ocurren simultáneamente, la distancia de la nariz al cerebro y del pie al cerebro son sustancialmente distintas, en especial a la tortuosamente lenta velocidad de transmisión de los impulsos eléctricos en nuestros nervios: unos pocos metros por segundo. Por ende, para integrar una sensación de toque simultáneo útil, el cerebro debe esperar y compensar por los estímulos que más demoran en llegarle. Ni hablar de coordinar una maniobra complicada como una chilena de fútbol.

Por cierto, hay un límite al ajuste que el cerebro puede hacer para interpretar dos eventos como simultáneos: aproximadamente 80 ms. Si el desfase de los estímulos que entran a interpretación en nuestra masa encefálica es superior a 80 milisegundos, el cerebro no hace el ajuste (tampoco puede esperar para siempre) y es posible percibir el desfase de las señales. Hay una distancia máxima a al cual percibiríamos simultáneos las señales visuales y auditivas del bote de una pelota; cuando ambas llegaran con más de los 80 ms, oiríamos claramente el bote después de ver rebotar la pelota. A la velocidad del sonido, esto equivale a unos 27 metros.


Ya lo sabe, su cerebro vive unas pocas decenas de milisegundos en el pasado para que a usted el mundo le haga sentido. Y... No se siente demasiado lejos en un partido de básquetbol.

A quienes estén interesados en profundizar en el tema de la percepción del cerebro de la realidad, les recomiendo alguno de los libros del neurocientífico David Eagleman, que en los últimos años ha hecho trabajos muy interesantes respecto a la percepción del tiempo.

-Espaciotiempo

jueves, 17 de noviembre de 2011

La percepción del tiempo: ¿percibimos más lento el tiempo cuando estamos asustados?

La interminable escena de Neo en Matrix esquivando fácilmente balas que ante su percepción se comportan como en cámara lenta, es ya un ícono de la cultura occidental moderna. Parece que muchos se sienten identificados con la escena porque capta parte de la experiencia de quienes se han visto involucrados en situaciones extremas, como en un accidente. Casi invariablemente, en una situación de gran estrés nos parece que el tiempo pasó más lento; la remembranza parece casi siempre incluir un detalle inusitado de lo ocurrido y el tiempo pasando muy despacio. Es como si, ante condiciones extremas, el cerebro pudiera cambiar su paso y absorber con mayor resolución temporal el desarrollo de un evento.

Recientemente me tocó atender un par de episodios con mi hija pequeña que se antojan bastante tensos: en uno de ellos, a la bebé se le subió de súbito la temperatura y comenzó a convulsionarse. Recuerdo lo que hice muy en general y la llamada al pediatra mientras aún terminaban las convulsiones. --Ya hizo lo correcto-- me dijo el galeno --ahora vea que baje la fiebre. Habiendo verificado con el profesional, procedí a bajarle la temperatura con un baño tibio y el clásico supositorio. No pasó a más y un análisis posterior mostró que no habría mayor problema. Sin embargo los recuerdos de quienes estuvieron a mi alrededor durante el episodio son significativamente diferentes a los míos; aparentemente con mucho detalle  con la sensación de que cada cosa sucedía como en cámara lenta. Para mí en cambio, el evento es un recuerdo sin cambios de velocidad a la Matrix y sin detalles especialmente vívidos. Obviamente diferentes personas reaccionamos diferente a situaciones de presión. Mi intuición es que lo que sucede en nuestros cerebros ante situaciones difíciles depende de la exposición previa de cada persona a situaciones realmente severas. Sin duda es interesante ver qué se ha averiguado al respecto desde un punto de vista objetivo.

En los últimos años, un grupo de neurocientíficos se han dado a la tarea de averiguar cuánto mito y cuánta verdad hay en la creencia, algo generalizada, de que la percepción del cerebro se acelera cuando estamos sometidos a un gran estrés. La hipótesis es que de alguna forma el cerebro logra captar más detalles por segundo y que por eso se recuerdan ciertas situaciones como de mayor duración.

Una vez planteada claramente como una hipótesis, esta idea puede comprobarse. Con este propósito, hace algún tiempo un grupo de voluntarios fue sometido a la experiencia de arrojarse sin paracaídas desde una torre de 50 metros hacia una red.

Primero se comprobó que realmente fuera una experiencia escalofriante, algo que seguro resultó la parte fácil del estudio. Pero el meollo del asunto, consistió en ver si durante esta experiencia el cerebro realmente funcionaba de forma acelerada y captaba muchos más detalles por segundo. Para ello los participantes del singular experimento, tenían que leer un reloj digital que encendía y apagaba un número tan rápido que no era posible leerlo... A menos que el cerebro pudiera realmente acelerar su percepción.

Los sujetos en el estudio en efecto reportaban que la experiencia parecía haber sido interminable (en realidad toda la caída dura únicamente 3 segundos) y cuando se les invitó a, después de arrojarse, cronometrar la duración de la ingrávida experiencia de otro participante, en su gran mayoría paraban el cronómetro mucho después de la duración de la caída real, y que antes habían medido correctamente previo a su salto. Claramente, el recuerdo de la experiencia parecía más largo una vez que habían vivido estos mentalmente dilatados 3 segundos.

Nomás son 3 segundos... Sólo 3 segundos.. Sólo...
La impepinable conclusión es que realmente el cerebro no puede acelerar su percepción en el sentido de tener una mejor resolución temporal de un evento. De haber podido ver durante la caída el número que aparecía brevemente en el reloj digital, los sujetos conejillos de indias del experimento habrían mostrado que la percepción temporal del cerebro se aceleraba. No fue así. Claramente lo que está sucediendo es algo diferente.

Algo que ya es conocido por las neurociencias respecto al funcionamiento del cerebro, es que recuerda los eventos como más duraderos cuando por alguna razón acumula más recuerdos de ellos. Esto sucede por ejemplo con la edad del cerebro. Todos recordamos veranos larguísimos de niños y no tanto como adultos. De hecho, es universal que de niños parezca que la vida en general transcurre lentamente; nunca pasa esto de adultos. El cerebro joven simplemente y de manera natural puede captar, dada su mayor plasticidad, muchos detalles de cada vivencia.

En el caso de las situaciones de alto impacto para el cerebro cuando piensa que está en peligro, sucede algo similar. La adrenalina afecta entre otras cosas una parte del cerebro inferior llamada amígdala, misma que emite sustancias que estimulan los centros receptores del neurocórtex de manera que por un breve periodo pueden acumular más y más variados recuerdos del evento. Así, vistos en retrospectiva, los eventos parecen ser más largos simplemente porque tenemos más recuerdos en total del evento, no porque podamos  percibir más sensaciones por segundo.

Y más allá de las generalidades implícitas en estos experimentos, la experiencia previa afecta sin duda la manera en que el cerebro propio es estimulado. Muy probablemente los sujetos escogidos no contaban en su mayoría con experiencia de paracaidistas; sospecho que en tal caso no hubiera sido tan claro que la experiencia era de real estrés para los sujetos como para que el experimento pudiera discernir si la hipótesis era comprobable.


Mi pequeña no tenía al capitán desinterés al mando durante su crisis. Simplemente este viejo piloto ha visto suficientes incendios el la vida y en su propia aeronave como para saber que asustarse normalmente sí estimula la amígdala (bueno) pero en general bloquea el buen juicio (malo). En una convulsión o en una emergencia, el mecanismo del cerebro no nos permite percibir y menos pensar más rápidamente. Mejor será conservar la calma y así tener mejor oportunidad de salir de nuevo a pasear con su bebé, por un día más.

-Espaciotiempo

domingo, 18 de septiembre de 2011

La flecha del tiempo: ¿Por qué nada es para siempre?

¿Hacia dónde va el tiempo? Hacia el futuro, claro está...
¿Cuál es la diferencia entre el pasado y el futuro? ¿Por qué parece imposible evitar envejecer? Finalmente: ¿Por qué nada es para siempre?

Observe atentamente su reloj y pregúntese: ¿qué me está diciendo el andar de esta singular máquina?

La hora del día es una posible respuesta, pero no es la respuesta más interesante. El simple hecho de que un reloj constate que el tiempo pasa, nos dice algunas cosas profundas del universo en que vivimos: nos dice que hubo un comienzo y que muy probablemente habrá un final. También nos dice que el universo tal como lo conocemos, consistente con la vida, es únicamente una etapa pasajera en su aún incipiente historia.

Cuando la revolución industrial apenas asomaba su la cabeza en la historia de la humanidad, la necesidad práctica llevó a estudiar las máquinas de vapor y las leyes que les aplican. Al intentar hacer más eficientes las máquinas de vapor, ingenieros y científicos --siempre metiches-- se dieron cuenta de que había una limitante en la eficiencia en las máquinas; en realidad, se dieron cuenta de que hay una limitante en la forma en que la naturaleza puede usar la energía. Esta limitación resultó ser una ley absolutamente general y terminó apuntando a una realidad por  demás profunda acerca de nuestro cosmos: la segunda ley de la termodinámica.


Pensemos en una playa --mexicana de preferencia-- con arena fina. Y pensemos en un niño con su padre construyendo un castillo con esa arena. Al terminar el día de juego --bendición de descanso para el padre y alegría truncada para el niño-- el castillo se queda allí abandonado. ¿Qué pasa al día siguiente con el castillo? Si el niño lo visitara entonces --tal vez esperando volver a jugar en él-- se preguntaría decepcionado qué pasó con el castillo, pues ahora únicamente ve un montón de arena. La explicación del padre sería, muy probablemente, que el viento lo convirtió en ese montoncito de arena.


Ambos recordarían el castillo en el pasado, dejando en el presente tan sólo un montón de arena desordenadoResulta que esta observación sobre el desorden se aplica tan bien para el universo completo como para el castillo de arena. Y es la direccionalidad del tiempo, más que el viento, lo que convierte los castillos en montículos de arena.

Algo en la forma en que se comporta el tiempo, algo relacionado con la segunda ley de la termodinámica, implica que todo castillo de arena en el presente de nuestros playeros vacacionistas, será en el futuro un montículo desordenadoContinuemos nuestra playera historia de consecuencias --veremos-- cosmológicas.

La extrañeza inicial del niño está justificada. Cierto, el viento se lleva al azar granos de arena, pero de igual manera los trae (al azar). Si nos hubiéramos dado a la titánica tarea de contar los granos de arena en el castillo, al final para todo propósito práctico sería igual que el número de granos de arena en el montón que encontraríamos al día siguiente. La diferencia está, no en que el viento se lleve más granos de los que traiga sobre el montón de arena, la diferencia está en qué tan desordenados están esos granos. Abandonado a su suerte en el viento, los granos que trae el viento no aciertan a quedar ordenados justo en la forma de un castillo.

No hay duda de que hay mucho más orden en el conjunto de granos formando un castillo, que en el conjunto de los mismos granos conformados en un montón de arena. Incluso a un niño, le tomaría unos pocos segundos hacer el montón de arena, pero muchos minutos y hasta horas --dependiendo de la habilidad y dedicación del padre-- el construir un castillo reconocible.

La experiencia nos dice que sin excepción alguna, los eventos se dan en una secuencia irreversible: los huevos se pueden hacer omelette pero no al revés, todos envejecemos, las cosas se desordenan, se degradan y con el tiempo dejan de funcionar. Todo tiende a estar más desordenado hoy que ayer. Esta es la forma en que percibimos la diferencia entre el pasado y el futuro.

Sin embargo, hasta donde la ciencia nos deja ver esto no tendría por qué ser así. Y es que todas las leyes naturales son, en esencia, reversibles. Debería ser perfectamente posible que de montones amorfos de arena se formaran --al menos con cierta regularidad-- castillos hermosos por efecto del viento sobre la playa. ¡Qué maravilla sería para los dúos padre e hijo! Ir a dormir y después de una noche reparadora salir a la playa y encontrar castillos para jugar.

Pero eso nunca sucede. Así como nunca una persona se vuelve más joven. Nadie lo ha visto y puede uno apostar su vida a que nunca nadie lo va a ver. Sin embargo las leyes naturales, tanto las que rigen nuestro universo a nivel microscópico (mecánica cuántica) como a gran escala (gravitación), no lo prohiben. ¿Entonces?

A diferencia del espacioel tiempo tiene una dirección preferencial, una dirección específica que siempre va del firme pasado al inexpugnable futuro. Es como si siempre tuviera que seguir una flecha: la flecha del tiempo. En realidad, todo en el cosmos parece seguirla; átomos, personas, arena y galaxias por igual, se "mueven" siguiendo esa flecha de un estado más ordenado que llamamos pasado a uno menos ordenado que llamamos futuro.

En este punto debería ser claro que el presente está siempre más desordenado que el pasado y eso es lo que los distingue pero... ¿Por qué habría de ser así? ¿Cuál es el origen de que el pasado esté menos desordenado que el presente y en especial que el futuro?

En pocas palabras, porque es lo más probable.

De vuelta a nuestro montón de arena. Hablando de manera relativa, no hay muchas formas de acomodar los mismos granos de arena para que parezcan un castillo en particular, pero hay muchísimas más formas --inimaginablemente muchas más-- de acomodar los mismos granos para que sean un montón amorfo en la playa. Así, al traer el viento granos de arena hacia el montón, es abrumadoramente más probable que queden acomodados en sitios que no favorezcan la apariencia de castillo. Los que se van, contribuyen a su vez al desorden de la arena de la playa.

El universo evoluciona como lo hace porque es lo más probable, y por eso el pasado es distinto al futuro. Por eso envejecemos y por eso un huevo se puede convertir en omelette pero no al revés. Y por eso también... la vida es posible.

La entropía, el término de la física para describir el desorden de un sistema, siempre aumenta y es necesariamente mayor o igual a cero. Eso implica por supuesto que en el pasado la entropía siempre fue menor, pero también implica algo mucho más enigmático sobre la naturaleza completa. El valor mínimo que puede tener la entropía es cero, que equivale a que en algún punto atrás en el tiempo, todo el material del universo, todo lo que hoy constituye personas, playas, arena, galaxias y luz, estaba súperordenado en un estado de muy baja entropía. El orden máximo. En esta condición no hay posibilidad de ir más atrás en el tiempo porque el pasado ya no es posible, ya no se puede tener un desorden (entropía) menor. Léase: tuvo que haber un comienzo para todo; para el tiempo y para el universo.

Nuestra percepción de que hay eventos eternos, como las salidas y puestas del sol, está basada en nuestro limitado tiempo de existencia. Al igual que nosotros, las estrellas y el universo mismo dejarán de existir también.

El presente y el futuro.

En el origen había un orden muy grande. Hacia el futuro de esos primeros instantes del tiempo, la entropía se ha venido incrementando de manera dramática porque es lo más probable. Pero este aumento de estados posibles hasta el presente también ha abierto la puerta, de manera inevitable, a un universo donde es posible la complejidad. Incluso a una complejidad tan intrincada como la de la vida.

La tendencia al desorden está relacionada con la posibilidad de cualquier sistema --incluido el cosmos completo-- de exhibir cierta complejidad. El desorden y la complejidad están muy relacionados, incluso uno podría pensar que hasta son en cierto sentito opuestos, pero más bien su relación es en el sentido de que el comportamiento de uno (aumento del desorden) es necesario para que se de el otro (la complejidad).


Una manera interesante de entender esto es pensar en un café capuchino recién hecho, un café que no pretendemos tomarnos sino únicamente observar. La característica de esta preparación de café es que quien lo prepara cuida mucho de terminar con dos fases muy bien definidas de café y leche; una debajo de la otra. Es un estado de poco desorden y de poca complejidad: leche arriba, café abajo. Ahora dejemos evolucionar al capuchino sin tocarlo, dejemos actuar a la flecha del tiempo únicamente.

El café cósmico: orden y simplicidad dan origen a mayor desorden y complejidad de manera transitoria
Lo que sucede poco a poco, es que las dos fases distintas de leche y café comienzan a confundirse más y más. Primero únicamente en la frontera, después de manera más generalizada en el vaso. El sistema aumentó su entropía (desorden) pero también, justo por eso, aumentó su complejidad. Ahora describir cómo está distribuída la leche y el café en el vaso es menos simple (más complejo) que "la leche está arriba y el café abajo". La entropía aumentó pero la complejidad también. Si el desorden no aumentara, la leche se quedaría arriba y el café abajo, con lo que el estado de mayor complejidad de la mezcla a medias del capuchino, un estado más difícil de describir, no sería posible.

La física nos dice que esto es lo que le está pasando hoy al universo. Atraviesa por una etapa en la que la entropía ha aumentado lo suficiente como para poder exhibir una complejidad importante, una que permite que el material del universo se haya agregado en galaxias, en estrellas, e incluso que se haya podido presentar un fenómeno tan complejo, tan aparentemente alejado del desorden, como lo es la vida. Y lo que es más, no hay manera de que esto sucediera sin el incremento de la entropía.

Para nada quiero afirmar que el origen de la vida se reduce a entender que el aumento de entropía necesariamente conlleva a la complejidad necesaria para la vida, pero si es un elemento esencial de entender.

Pero no nos desconectemos aún de nuestro café cósmico. Aún pasan cosas. Al menos por un tiempo...

Sabemos lo que ocurrirá pasado suficiente tiempo con el capuchino: además de enfriarse, finalmente será imposible distinguir zonas de café y de leche. Simplemente habrá algo que no es ni lo uno ni lo otro. Por supuesto la entropía aumentó, es imposible volver a separar el capuchino en leche y café. Pero la complejidad de este sistema es nuevamente baja. Ahora en el vaso únicamente hay algo homogéneo, un líquido marrón muy simple de describir. Hablando de capuchinos, este es su estado final: ya no cambia. En cierto sentido, el tiempo ya no pasa. La entropía es máxima.

La complejidad del cosmos es transitoria como la del capuchino. Al aumentar el desorden (entropía) y después de una fase transitoria de complejidad todo tienda al mayor desorden posible, a un estado en el que ya no cambia nada. En ese futuro lejano, hoy pensamos que lo más plausible es que lo mismo que permite la exquisita complejidad que exhibe hoy el universo, el aumento de la entropía, es lo que tiene sellado su destino.
El universo del futuro, producto de un universo que crea complejidad y aumenta entropía, es un universo en el cual las estrellas se han apagado, las galaxias se han desintegrado y hasta los agujeros negros se han evaporado. Por supuesto que la vida no sería posible, no habría ninguna fuente de la cual obtener energía sin importar lo avanzado de la tecnología, humana o alienígena. Es algo perturbador a la vez que fascinante de deducir a partir de la evolución de un café, íntimamente ligado a algo de lo que no hemos encontrado jamás excepción alguna: las leyes de la naturaleza son las mismas en todos lados.

Es en este momento, en ningún otro y durante una fracción muy pequeña de la historia del universo, que la complejidad de la vida es posible. Si medimos la vida total del universo desde el instante inicial y definimos que su fin es cuando ya no pasa nada, cuando incluso los agujeros negros se han evaporado y no queda sino espacio vacío (en unos 10ˆ100 años) la vida podría tener alguna fuente de energía y por lo tanto ser posible únicamente en 10^14 de esos años, es decir, en tan solo una fracción minúscula de ese tiempo. En palabras: la vida es posible en el cosmos únicamente en una billón billonésima de billonésima de billonésima de billonésima de billonésima de billonésima de billonésima de su vida total.

Algunas preguntas abiertas

Difícilmente alguien puede dudar de que hay una belleza intrínseca en poder concluir cosas, para algunos de nosotros profundas, sobre el universo entero a partir de unas pocas observaciones cruciales y el razonamiento. Pero al igual que no hay nada para siempre, tampoco parece haber nunca una última respuesta.

Hay muchas preguntas que se sigue haciendo la cosmología a raíz de este particular entendimiento de la naturaleza y de la entropía. Intrigantes algunas. Nadie tiene la menor idea de por qué el universo nació con una entropía tan baja, no hay ninguna razón para ello. Es más, es muy improbable. Si lo pensamos un poco, el mismo razonamiento de que la entropía tiene que aumentar siempre porque es lo más probable, nos lleva a concluir que es escandalosamente más improbable que el universo se generara hace unos 14 mil millones de años con una entropía muy baja como creemos, a que todo, galaxias, estrellas, personas y blogs, se hayan aparecido de la nada hace tan sólo una fracción de segundo.

Ciertamente intrigante... Todavía queda mucho que entender en esto de la física del tiempo.

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Así las cosas, su reloj le está diciendo que necesariamente hubo un comienzo, que probablemente habrá un final y que , la vida es inimaginablemente corta, fluyendo a toda prisa hacia la dirección más probable. Le dice que hay una flecha del tiempo, razón fundamental tanto de que envejezca como de que esté vivo en primer lugar. Ah , y la hora. También le está diciendo la hora.

Creo que es hora de ir por un capuchino.

El reloj del abuelo: viajero del tiempo.
-Espaciotiempo